
Las mujeres tenemos un talento especial: podemos pararnos de cabeza para cumplir expectativas, que “creemos” esperan de nosotras; desarrollarnos profesionalmente, cuidar de los demás y, de paso, intentar cambiar el mundo. Y si, además sonreír mientras lo hacemos, pues claro, ¡también lo hacemos! Porque eso de rendirse no se nos da.
En esta ciudad donde la equidad de género avanza con la velocidad de un semáforo descompuesto y la libertad de las mujeres a veces parece una oferta limitada, tipo “solo por hoy y aplica restricciones”. Nos dicen que hemos avanzado, y claro, si contamos como progreso tener bancos rosas en las paradas de autobús o cursos de defensa personal “por si acaso”, entonces, hasta un centro de empoderamiento tendremos ¡felicidades! Vamos viento en popa.
Pero la pregunta es: ¿esto es todo lo que merecemos? ¿Hasta cuándo vamos a aceptar parches en lugar de soluciones reales? Aquí estamos, las mujeres de Querétaro, demostrando que la paciencia es nuestro superpoder y la sororidad, nuestra capa. Porque cuando el sistema pone obstáculos como si fueran decoraciones navideñas en febrero, no queda más que unirnos. Unidas para exigir lo básico: caminar tranquilas, hablar fuerte sin ser llamadas “intensas” y que nuestros derechos no sean un lujo opcional.
En la ciudad de Querétaro, el discurso oficial sobre el apoyo a las mujeres emprendedoras suena fuerte y claro, pero en la práctica, los hechos cuentan otra historia. Nos hablan de impulsar a las mujeres, de respaldar nuestros proyectos y fortalecer nuestra autonomía económica, pero cuando quienes tenemos la posibilidad de acercarnos a las autoridades tocamos las puertas, la respuesta suele ser el silencio. Si así nos pasa a las que logramos tener un poco de visibilidad, no quiero imaginar lo que viven aquellas mujeres que no tienen esa cercanía, que emprenden desde el anonimato y enfrentan la burocracia como otro obstáculo más.
Es evidente que las buenas intenciones no son suficientes. Hace falta menos foto y más compromiso real, menos discursos y más recursos efectivos que lleguen a las emprendedoras de a pie, esas que sacan adelante a sus familias con negocios pequeños, sin contactos ni padrinos políticos. Sí queremos una ciudad donde las mujeres realmente avancen, las políticas públicas deben dejar de ser una vitrina para la foto y convertirse en puentes que conecten las necesidades reales con soluciones concretas. Porque apoyar a las mujeres no es solo cuestión de discurso, es una deuda pendiente.
Y la sororidad no se trata solo de repostear frases inspiradoras ni de mandar stickers con florecitas. Es sostenernos unas a otras cuando el mundo nos dice que estamos exagerando. Es preguntarnos: ¿qué podemos hacer juntas para que nuestras voces realmente se escuchen? ¿Cómo construimos espacios seguros para todas? Nuestra fuerza no está en competir sino en alzarnos juntas, como una muralla -pero de las que se derrumban en el patriarcado, no de las que nos separan-.
Esto no es un final feliz -todavía-pero sí una promesa: mientras siga haciendo falta alzar la voz, lo haremos. Juntas. Porque si vamos a escribir la historia de las mujeres en esta ciudad, que sea con tinta indeleble y, de preferencia, en mayúsculas.
¿Y tú, estás lista para alzar la voz?
Yo soy Rosalba D’Elia #EstoyAlzandoLaVoz